Bienvenidos al blog del Grupo Joven de la Real, Servita y Franciscana Hermandad de la Soledad, de la Vera Cruz y de San Cristóbal de Villarrubia de los Ojos. Esta herramienta virtual pretende ser el reflejo del emprendimiento personal que un grupo de jóvenes de la Hermandad de "los blancos" ha querido llevar a cabo para colaborar en estrecha unión con nuestra cofradía. A través de esta página queremos, además, haceros partícipes de todos los proyectos e iniciativas que nuestra Hermandad desarrolla o quiere poner en marcha en un futuro próximo, así como diferentes actos relacionados con la Semana Santa de Villarrubia, declarada de Interés Turístico Regional desde 2014, y la religiosidad del municipio. Ante cualquier duda, queja o sugerencia, podéis dirigiros a la siguiente dirección de e-mail: grupojovensoledadyvera-cruz@hotmail.es







domingo, 6 de abril de 2014

La Leyenda del IV Centenario: La Leyenda de las "Cinco Vírgenes"

(Inspirada en la leyenda popular manchega de los "Tres Cristos": Madridejos, Consuegra y Urda)

Cuenta una leyenda que hace mucho tiempo, Dios decidió enviar un regalo hecho con sus propias manos a los hombres. Así, se puso un día manos a la obra. Y pensó Dios: "¿Qué puedo yo enviarles a la tierra que no les resulte indiferente?". En ese mismo instante un ángel le susurró al oído una idea: saldrían de sus propias manos cinco imágenes de la Virgen María que Él enviaría a la Tierra para que en los diferentes lugares donde hallasen cobijo se convirtieran en focos desde donde se irradiase la fe; cinco imágenes de María que sirviesen para consuelo y bálsamo de heridas de las personas que a ellas acudieran, cinco imágenes de María que habrían de convertirse en férreas columnas para la fe de los hombres. Mejor regalo que ése, ninguno- sonrió el ángel que le había sugerido la idea. Y a Dios le pareció perfecto, puesto que mejor presente que enviar a la mujer que Él había elegido como Madre de su propio Hijo para que fuese modelo a imitar por los hombres y mujeres de los lugares que la acogiesen y para que su efigie fuera el trampolín que llevara a los hombres hacia el mismo Dios, no había ninguno.

Pensada la idea, el Padre no tardó en ponerla en práctica. Y así, en sólo unos días, ya estaban dispuestas las cinco esculturas que habían sido esculpidas y modeladas, a imagen y semejanza de la Virgen María, para ser transportadas a la Tierra. No quiso Dios que nadie mancillara la pureza de las mismas, por lo que decidió que Él mismo se encargaría de traerlas a los hombres. Y así fue. Una madrugada, cuando la luz de la estrella de la mañana anuncia a los hombres que Dios les regala un nuevo día, las cinco imágenes de la Virgen, las "Cinco Vírgenes", fueron expuestas por la mano de Dios en la Tierra. Y no se eligió una tierra cualquiera, sino que fue La Mancha la escogida entre todas; tierra de vastos horizontes y de fe recia, como sus gentes: sencillas y hospitalarias. No tenía Dios ninguna duda de que las "Cinco Vírgenes" serían acogidas en los diferentes lugares de esta tierra como se merecían.

Así, aquella madrugada, Dios infundió el soplo de la vida a las "Cinco Vírgenes" y un corazón que las haría sensibles, como cualquier madre ante sus hijos, a las necesidades de sus otros hijos, los hombres. Los pastores del lugar, que cuidaban de sus rebaños, cuentan que en el mismo instante en que Dios las puso en la tierra, vieron el resplandor de cinco luceros brillando con muchísima fuerza en el cielo. Así, las cinco imágenes cobraron vida propia y comenzaron a caminar. Entre ellas comentaban el lugar que cada una escogería para hacer de él su morada, para fecundarlo en la fe y servicio de los hombres, pues no dudaban que las gentes acudirían a ellas para confesarles sus secretos, para pedir su protección y ayuda, para que intercedieran por ellos ante el Padre; en fin, no dudaban en que se convertirían en focos de fe de los que tan necesitada se veía esta tierra en los últimos tiempos. Serían, aparentemente cinco mujeres más, pasarían inadvertidas hasta que llegase el momento. Sólo en el instante justo se obraría el milagro. Y su carne quedaría paralizada, aunque no así su corazón, para convertirse en estatuas que representaran a la Madre del Creador.

Comenzaron su andadura. El camino era largo. Realmente ninguna de las cinco sabía donde habría de acampar para hacerse su morada. Sólo Dios sabía el resultado, y antes de ponerlas en esta tierra les había dicho que su corazón sería el que les indicaría el lugar donde cada una de ellas debería morar. Por lo que una vez más, puesta su confianza en Dios, acataron la voluntad del Padre reflejada en este extraño regalo que quería hacer a los hombres.

El sol rayaba ya el horizonte del primer día, y las "Cinco Vírgenes" continuaban contentas su marcha por los camino de La Mancha. Transcurrieron días, quizás semanas, pero el corazón de las "Cinco Vírgenes" seguía latiendo como si nada. Dios les había dicho en el momento de dejarlas que sabrían el lugar exacto dónde deberían quedarse para siempre porque su corazón se lo indicaría con fuerza.


Pasaban los meses y las "Cinco Vírgenes" continuaban el camino trazado. Cruzaron ríos, vadearon lagunas, arroyos; acamparon en mesetas y montes; anduvieron caminos, veredas y barbechos... Finalmente, un 29 de septiembre pasaron por un pequeño pueblo toledano. Urda era su nombre recia era la fe que le tenían al Hijo Nazareno. Sorprendidas por la multitud que salía a su paso, una de ellas preguntó que sucedía allí. Es la fiesta principal del pueblo y hoy la imagen de Cristo pasea en su barca en medio de este mar de inmenso gentío -le respondió una de las peregrinas que poblaban las calles. Yo no soy de aquí -apostilló seguidamente-, vengo andando de un pueblo cercano: Villarrubia de los Ojos.

Los corazones de las "Cinco Vírgenes" experimentaron entonces un extraño gozo; fue como si en su interior hubiese saltado algo, una chispa. Todas ellas sintieron lo mismo, pero prefirieron callarlo, ya que pensaban que eso sólo había sido intuición personal de cada una y que Dios tendría sitios diferentes reservados para ellas.

De esta forma, la más atrevida dio el primer paso y solicitó a sus compañeras ir a ese pueblo cuyo nombre había resonado tan dulce en los oídos de todas ellas. no dudaron las demás en seguir esta iniciativa y, dejada la muchedumbre del pueblo urdeño, cogieron el angosto y serrano camino que une la localidad toledana con la ciudarrealeña. Anduvieron horas. Atravesaron gargantas y sierras; saludaron a los molineros que trituraban trigo para hacer el pan de cada día en los molinos de viento que coronan esta bendita tierra para, con las luces del alba del día siguiente, llegar por fin a Villarrubia de los Ojos. Sólo el corazón de cada una sintió un pálpito extraño. Y sólo cada una se dio cuenta entonces, cuando al revolver el último recodo de este camino contemplaron en las faldas de la sierra este pueblo manchego, que ése era el lugar para el que Dios las había destinado. Lo que no sabían ellas era que cada una estaba sintiendo lo mismo que las demás. Y que Villarrubia de los Ojos sería el pueblo de las "Cinco Vírgenes".

Con un entusiasmo casi infantil, las cinco llegaron a los aledaños de aquella alegre villa manchega. Aquí se toparon con gente sencilla y afable. Y aquí, nada más entrar, se dieron cuenta de que sería su sitio. Lo que no tenían muy claro era cómo adivinarían ellas el lugar exacto donde habrían de morar. Pero Dios tenía ese lugar ya predestinado desde el principio.

Era la mañana de un soleado domingo. Atravesaron algunas callejas y vieron un puñado de gente agolpada a las puertas de un pequeño templo. Una de las cinco, como casi siempre, la más atrevida, preguntó a una mujer enlutada, quien les contestó que salían de misa de once, y que aquello era la Iglesia de Arriba, que así la conocía la gente del lugar por encontrarse en los barrios más altos. Las "Cinco Vírgenes" decidieron entrar en tan sacro lugar. Y allí empezó a obrarse parte del milagro. Atónitas contemplaron el misterio de la Vera Cruz: Cristo crucificado, solo, despojado, coronado de espinas, clavado en una cruz de madera, con la única compañía de San Juan, el discípulo amado, y Santa María Magdalena, la mujer valiente. Una de las "Cinco Vírgenes" experimentó entonces un dolor inmenso. Su corazón dio un vuelco. No podía ya irse con sus compañeras; no podía ya continuar su camino. Su sitio era éste. Sería la compañera inseparable de su Hijo; no lo abandonaría, no lo dejaría solo en el momento de la cruz. Aquella "Virgen", que desde entonces no ha dejado ni un solo instante a su Hijo, y cuyos ojos verdes aún no han dejado de manar lágrimas, se convirtió  en la Virgen María del Calvario, que sólo sale de su iglesia la noche de cada Viernes Santo para acompañar a Cristo crucificado por las calles de ése que, desde aquel momento, se convirtió en su pueblo. Sus labios callaron para siempre. Su carne, tal y como Dios había concebido, se transformó en madera. Pero su corazón que sigue latiendo con fuerza de Madre, atenta a las súplicas de todos los villarrubieros que cada domingo acuden a Ella para implorar su protección. María, Virgen del Calvario, Rosa escogida y Reina silenciosa de la Iglesia de la Paz.

Allí quedó María del Calvario, junto a su Hijo. Ahora quedaban "Cuatro Vírgenes", quienes decidieron continuar con su camino. Anduvieron por diversas calles, vieron los rostros de niños y ancianos, los rostros de personas que sufrían, los rostros de los inmigrantes al cruzar la Glorieta del Pato. Y en los ojos de todos ellos veían reflejados los ojos de su propio Hijo, los ojos y el corazón de Jesús. Incitadas por una de ellas, decidieron entrar en el Templo Parroquial de la Villa. Estaba en penumbra, en un silencio casi sepulcral. Pasaron por la puerta de detrás. Una de ellas giró su cabeza a la derecha. Allí estaba Él: Cristo con la cruz a cuestas. Ahora comprendía lo que había experimentado su compañera; su corazón sufrió una punzada muy dolorosa. Su Hijo; carne de su carne y sangre de su sangre, con el peso de un madero sobre sus hombros y su frente sangrante llena de espinas. Se miraron; los ojos de la Virgen se cruzaron con los de Cristo Nazareno. Sólo ellos saben lo que se dijeron. Aquella Virgen comprendió que su sitio era aquel, aquella Parroquia, limpia y sencilla, silenciosa y encalada. No podía ya marcharse. No dejaría a su Hijo sólo camino del Calvario; lo ayudaría a llevar su cruz, lo levantaría cada vez que su rodilla diese en tierra, le quitaría las espinas que punzaban su cabeza y se convertiría en la Virgen María de los Dolores. Desde entonces siempre va detrás de su Hijo cada vez que Éste sale cada Jueves Santo o en la madrugada del Viernes Santo, cuando el lucero del alba alumbra a los hombres, en el mismo momento que Dios dejó a la Virgen de los Dolores en la tierra. Acompaña a su Hijo en el más absoluto de los silencios, con su corazón atravesado por siete espadas, por siete dolores. En aquel momento le dijo adiós a sus otras tres compañeras- Su camino había llegado a su fin. María de los Dolores cambiaba su carne humana en carne inmortal. Su corazón, vivo, traspasado por siete espadas, ha sido desde aquel momento el bálsamo que ha curado las heridas de las muchas madres que se han acercado a Ella porque su corazón necesitaba la cura que sólo la Virgen de los Dolores les puede dar, de muchas personas que, con los ojos y el corazón anegados en lágrimas han acudido a Ella y que, como Madre nunca ha dejado desamparados. María, Virgen de los Dolores, Estrella de la Mañana y Reina silenciosa en nuestra Parroquia.

Dos de las "Cinco Vírgenes" habían encontrado ya su sitio. Las otras tres se preguntaban qué habrían experimentado sus compañeras para saber dónde tenían que quedarse. Muy pronto ellas también lo sabrían. Las "Tres Vírgenes" decidieron continuar. Tenían claro que Villarrubia de los Ojos era el lugar que Dios había marcado para ellas, pero no sabían muy bien el sitio exacto que había predestinado antes de crearlas. Así que, confiando como siempre en el Creador, siguieron andando por las calles de aquel pueblo. Recorrieron la Glorieta de abajo; pasaron delante del Ayuntamiento y decidieron continuar por la calle de la Soledad. Por esta vía llegaron al complejo de la Iglesia de la Soledad y sus aledaños. Vieron un portoncillo, que por casualidad, se encontraba abierto. Era la Sede-Oratorio de la Hermandad de la Soledad.  Entraron, y cuál no fue su sorpresa cuando entre la oscuridad del recinto pudieron vislumbrar una imagen de Cristo, recién descendido de la cruz, solo, inerte, ya muerto. El dolor que experimentó una de ellas fue tremendo. ¿Cómo continuar como si nada cuando su Hijo estaba tendido, muerto, a los pies de una cruz vacía? No podía hacerlo. Supo entonces que ése era su sitio, el lugar elegido para ella. Pasó dentro y no vaciló ni por un momento en recoger en sus rodillas al Hijo de sus entrañas. En ese preciso instante su carne humana desaparecía para transformarse en la Virgen María de la Piedad. Ya nunca más dejaría a su Hijo yerto en el suelo. Sus rodillas harían el refugio del cuerpo muerto de Cristo. ¡Qué dolor tan grande tener a tu hijo muerto en tus propios brazos! Sólo la madre que haya sufrido esta desgracia acudirá a la Virgen de la Piedad para que también la acune y consuele en sus brazos! Éste fue el motivo por lo que la "Tercera Virgen" decidió quedarse en este lugar. Desde entonces jamás ha abandonado a Jesús. Cuenta la leyenda que cada Viernes Santo ambos, Madre e Hijo, salen por las calles villarrubieras para mostrarles a las gentes este dolor. Los más ancianos del lugar dicen que desde aquel momento la Hermandad de los Blancos, conmovidos sus hermanos por esta escena de Cristo muerto en los brazos de María de la Piedad, decidieron adoptar como lema de su Cofradía "Y a ti una espada te atravesará el alma". Desde aquel día la Virgen de la Piedad tiene una mirada de consuelo y apoyo para todas las madres que sufren. María, Virgen de la Piedad, Auxilio de los Cristianos y Reina silenciosa de la Sede-Oratorio de la Hermandad de los Blancos.

Quedaban ya sólo "Dos Vírgenes", que, compungidas por la escena que acaban de contemplar, decidieron salir para continuar su camino. Sin embargo, una de ellas no tardó en darse cuenta de que no podía seguir. Tan pronto salió de la Sede-Oratorio de los Blancos comprendió que no podía avanzar más. Su Hijo había muerto y su dolor era tan grande que las fuerzas la abandonaban. Justo al lado llamó a la puerta. Era un monasterio de clausura. Una de las monjas le abrió el trono y entonces la "Cuarta Virgen" se percató de que había llegado al final de su camino. Su dolor era tan grande que decidió apartarse del mundo para sufrir en soledad su pena más amarga. Aparecía así la Virgen María de la Soledad. Su carne se transformaba, no así su corazón, que siguió latiendo para alentar a todas las personas que acuden a Ella porque se sienten solas, a todas las gentes que, desgarrado el corazón como Ella, piden su amparo y protección. Cuenta esta leyenda que una madre estaba esperando un hijo. Los médicos le habían pronosticado que nacería con muchos problemas de corazón y que su vida peligraba. Esta madre se arrodilló a los pies de la Virgen y le pidió con todas sus fuerzas la salvación del niño que llevaba en las entrañas. Esta madre suplicó a la Virgen de la Soledad y le dijo que sólo Ella sería capaz de entenderla porque había pasa
do por el mismo trance. Entonces la Virgen de la Soledad derramó sobre dicha madre sus lágrimas, y así, las lágrimas de la madre y las de la Virgen se mezclaron. Ésa fue la oración que ambas presentaron a Dios. El niño nació y vivió por muchos años. Desde aquel momento, la "Cuarta Virgen" vive en clausura permanente como una más de las monjas. La leyenda reza que la blancura de la piel de la Virgen de la Soledad se debe a que los rayos del sol no se atreven ni a rozar su cara  por no entrar en la clausura. Hay quienes cuentan que la han visto romper la clausura de su convento vestida de negro y acompañada por mujeres villarrubieras enlutadas las noches del Viernes Santo, llorando junto al sepulcro de su Hijo. Algunos hasta la han visto los Viernes Santo deambular por las calles de nuestro pueblo envuelta en un manto negro del que surgen multitud de resplandores: son las estrellas que esa noche no dejan sola a la Madre y que bajan del cielo para con su luz iluminarla y acompañarla en su eterna soledad. Incluso hay gente que asegura que la ha visto la noche del Viernes Satno descalza, silenciosa en su pena, rodeada por doce estrellas que bajan esa noche  desde el cielo para hacerle de corona, doce estrellas que el mismo Dios manda y pone en su cabeza para alumbrar a los hombres en sus noches de soledad. Desde entonces la Virgen de la Soledad, en su clausura, atiende las súplicas que se dirigen y extiende su manto protector a todos los villarrubieros. María, Virgen de la Soledad, Refugio de los pecadores y Reina silenciosa de tu Hermandad y del Barrio que lleva tu nombre.

Y sólo quedaba la "Quinta Virgen". Sabía que su sitio era en Villarrubia de los Ojos, pero no tenía muy claro el lugar exacto. Así que se despidió de sus compañeras y continuó sola por nuestros parajes. Recorrió la vega; llegó a la Fuente de las Pozas, pero no le gustó; llegó al monte y al Turón, pero vio que no era su sitio. Subió a Valdeoro y cruzó las Arconas, pero su corazón no experimentaba nada especial. Vio una Ermita encalada, muy blanca, encaramada a la sierra, a lo lejos, y decidió acercarse. Subió sierra arriba por una escarpada sendilla hasta llegar a su puerta. Se encontraba semientornada. La empujó y se adentró. Allí vio a otra mujer, como ella, que llevaba un pañuelo entre las manos: era La Verónica, la persona que había limpiado el rostro de su Hijo camino del Calvario.  La Verónica le entregó dicho sudario para que la "Quinta Virgen" lo llevara consigo.  También se encontró en dicha Ermita con el santero y guardíán de la misma: San Cristóbal, quien le contó que llevaba velando, desde esa torre, al pueblo de Villarrubia de los Ojos desde que Dios le encomendó esa misión hacía ya cinco siglos. Cristóbal llevaba un niño sobre sus hombros, al que paseaba de aquí para allá. La "Quinta Virgen" le preguntó a Cristóbal quién era aquel zagalillo, a lo que el Santo le respondió que era el mismo Cristo, que, junto a Él, velaba también por aquel pueblo manchego. Ella cogió al niño en su regazo y fue entonces cuando su corazón sufrió un vuelco. Ya sabía lo que haría. Pidió al niño que la acompañara, y entre sus brazos, Madre e Hijo iniciaron su recorrido. Atravesaron la sierra; pasaron Renales y la Raña. Era verano y hacía mucho calor. Tanto la Virgen como el Niño iban tornándose morenos. En su camino el Niño sintió mucha sed, y así se lo hizo saber a su Madre. Subieron por un camino en busca de un manantial. Al fin, en medio de las sierras, hallaron uno de abundantes aguas con las que se saciaron. Fue allí donde la "Quinta Virgen" comprendió que había llegado su momento. Morenos, casi negros, por el sol, la carne de ambos fue dando lugar a dos corazones que se fundieron en uno. La "Quinta y última Virgen" había encontrado su sitio: La Virgen de la Sierra decidía quedarse allí para convertirse en la Madre de todos los villarrubieros, para escuchar sus sencillas plegarias y para hacer suyos todos sus sentimientos. Desde aquel momento la "Quinta Virgen" se convirtió en la Virgen María de la Sierra, Causa de nuestra alegría y Reina silenciosa de Villarrubia de los Ojos.

Y entonce, Dios, desde el cielo sonrió contento, porque ya había completado su regalo a los hombres. Las "Cinco Vírgenes" habían encontrado su sitio, su lugar, y María, representada en estas cinco imágenes cumpliría la promesa del Padre: ser focos de fe y amor, iconos vivos de María, la Madre de Dios, que desoiría las súplicas que le presentásemos, convirtiéndose en abogada e intercesora de los hombres y siendo el bálsamo que cura nuestras heridas.

Así, las "Cinco Vírgenes": María del Calvario, María de los Dolores, María de la Piedad, María de la Soledad y María de la Sierra son una sola: la Virgen María Puerta del Cielo, que, en esta tierra manchega vela por todas y cada una de las personas que acuden a Ella, porque como dice la leyenda, jamás se ha oído que nadie que haya acudido a la Virgen María haya quedado defraudado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario